Historia Corta

26.03.2024

Siento el olor a tierra mojada en pleno verano, en una semana que estuvo protagonizada por un sol fulminante, marcando el inicio de lo que sería la época más calurosa del año. Siento barro en mis pies, mientras caminaba por el asfalto seco y picante que rodeaba mi casa. Abro la puerta y escucho chirridos, como si esa casa construida hace apenas cinco años fuera la casa donde viví toda mi vida, llena de polvo y suciedad. La puerta cae a mis espaldas, al cerrarse hace que escalofríos abracen mi cuerpo, sobresaltándome con el sonido de cierre.

Siento todo lo que sentí hace muchos años, cuando en medio de la tormenta intentábamos buscar una salida en aquella montaña que creía conocer. El lugar donde crecí, y donde parte de mí falleció, cuando ni siquiera era consciente de lo que la muerte significaba.

Una parte de mi se quedó allí, enterrada en las pisadas que daba con mis botas desgastadas, en la tierra que se mantenía en todo mi cuerpo, como si la lluvia no pudiera arrancarla de mi piel. Una parte de mí se quedó en esa niña que se aferraba a la mano de papá mientras nos agachábamos en lo que pensamos, era un lugar seguro. La que no entendía que era lo que pasaba ni a donde nos dirigíamos. La niña que todo el camino solo pensaba en los claveles del jardín que dejamos atrás, no podíamos irnos sin los claveles que tanto hacían sonreír a mamá.

Ahí arrodillados solo podíamos ver piernas caminando de un lado a otro, mientras muchas voces gritaban órdenes que no puedo recordar. Mamá me suelta, ya no tenía fuerzas para abrazarme, ni para sostener su mano en mis labios para que no hiciera ruido, dejando de sentir el olor a café en sus manos, y también la sangre que no paraba de salir de sus heridas. Y entonces veo un clavel rojo a sus espaldas, veo como llora y pienso que llora por los claveles que dejamos en el jardín.

Me acerco para arrancarlo y cuando estoy apunto de hacerlo siento que me levantan, el clavel se levanta conmigo por lo alto que me cargan, y escucho a papá gritar. Mamá corre, aún sangrando, aún llorando y aún sin fuerzas para sostenerme, me apoya en su hombro, dándome la vuelta, haciendo que vea a papá arrodillado frente a dos hombres que lo apuntaban con lo que ahora sé, eran armas. Aún me pregunto como sabía que debía cerrar los ojos, como si algo en mi interior supiera que no me perdonaría nunca si llegaba a ver lo que estaba pasando, me aferré a mamá con más fuerza, y entonces lo escuché. Un disparo, y un grito ahogado de mamá que me hacen volver al presente.

Estoy frente a la pantalla, sin nada de fe, esperando a que alguien comience a mentir, a minimizar todo lo que pasó, reviviendo el trauma que no pude superar aún cuando dejé mi país, pensando en que solo así podría sanar.

Pienso en la niña que perdió a su héroe. Pienso en la adolescente llena de odio que solo podía pensar en venganza, y en el rostro de su papá para que no se perdiera entre los otros recuerdos. Pienso en cómo quería que sufrieran las personas que nos hicieron tanto daño, en como mi mente ingenua pensaba en y verlos suplicar por piedad.

Escucho testimonios, escucho historias, pero principalmente escucho veracidad. No puedo evitar sentirme diminuta, pero reconfortada. Lloro como lo hizo mamá durante todo el escape, y los días siguientes a aquel suceso. Pero también sonrío, como ella lo hizo cuando en medio de su llanto, le di el clavel rojo que protegí durante todo el camino.

Misma flor que veo frente a mí, la que siempre tengo cerca, para sentir la presencia de aquella guerrera que dio todo para huir y quien nunca, ni al escuchar mi odio, dejó de amarme.

Siento esa adolescente calmarse en mi interior, mientras la mujer exterior sigue paralizada frente a la pantalla. Y eso, eso que veo y escucho es justicia, y es toda la venganza que necesito, la única venganza que siempre necesité.

Siento esa adolescente calmarse en mi interior, la abrazo. Ya no tiene que gritar, ya no hay ruido. Veo a la niña, todavía asustada, y la adulta que soy la abraza sin levantarla del suelo. Sigo inmóvil viendo a la pantalla, las sentencias, los desenlaces. La venganza no era necesaria, la justicia sí.

Escrito por: María Angélica Rebaje 

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